Prácticamente todos los trabajos de los que solemos hablar en este blog requieren, antes o después, un buen lijado de la zona sobre la que trabajamos. Generalmente es un paso bastante fácil; se toma una lija fina y ¡hala! a repasar bien la zona. Sin embargo, cuando dicha zona es muy amplia, por ejemplo en trabajos que afectan a una pared entera (como cuando cubrimos gotelé o azulejos), la cosa tiene su truco.
Lijar toda una pared puede resultar agotador, y más si no contamos con una lijadora eléctrica, pero ese es un problema menor que se cura descansando de vez en cuando. En cambio hay otro detalle que, si no se tiene en cuenta, puede resultar en un lijado defectuoso o irregular.
Por el motivo que sea, casi todo el mundo suele empezar a lijar las paredes de arriba abajo. Es algo casi intuitivo: empiezas subido en la escalera, sigues lijando de pie y terminas en la postura más incómoda, lijando las zonas cercanas al suelo. Puede parecernos lógico, pero en realidad se trata de un error.
Al lijar primero las partes altas, el polvo desprendido irá cayendo por la pared y, aunque una parte de él terminará en el suelo, otra gran parte quedará adherida más abajo, a la propia pared. Esto hará que, a medida que vayamos descendiendo, cada vez sea más difícil comprobar si estamos haciendo bien nuestro trabajo. Por si fuera poco, la acumulación de polvo no sólo hará que se nos pasen muchos fallos de aplicación, también hará que la lija se emboce constantemente. Y si nuestra herramienta es eléctrica, más y más polvo se introducirá en el mecanismo, lo cual acortará significativamente su vida útil.
Evidentemente, evitar esto es tan sencillo como empezar a lijar desde abajo. De esta forma siempre podréis ver fácilmente qué tal os está quedando y, además, cuidaréis vuestra herramienta.